Bienvenidos al Blog de las salas cajón desastre y aventura de vivir de Ozú. Desde hace tiempo nos rondaba por la mente la idea de tener un sitio de encuentro, una referencia más allá de nuestras salitas, un lugar sobre todo para compartir esos "pequeños momentos" de los que se compone cada día.

En este “cajón desastre” todo tiene cabida: fotografía, música, literatura, cine... pretendemos sobre todo aprender los unos de otros y entre todos crear algo diferente que nos sirva de complemento y entretenimiento.

Por eso os invitamos a que participéis con comentarios y sugerencias. Gracias de antemano a todos y ¡Bienvenidos!

martes, 28 de septiembre de 2010

jueves, 23 de septiembre de 2010

III Concurso relatos Cajón desastre

Gracias a todos los que habéis participado, sabemos vuestro esfuerzo e ilusión. Gracias por vuestra dedicación y vuestro tiempo y sobre todo por saber compartir…
A continuación tenéis la relación de relatos más votados:

“ Don Juan y la sra. de la limpieza “ ( Bombón )
“ Experiencia en Hollywood “ ( Peloponeso )
“ La brisa “ ( Juan Laffite )



Bases del concurso de relatos eróticos


1.-Los trabajos que se presenten deberán ser originales y versarán sobre el tema “Erotismo”
2.-Los relatos deben tener una extensión de entre 20 y 50 líneas.
3.-Se premiará la originalidad.
4.-Los textos serán remitidos por correo electrónico a cjndesastre@gmail.com
5.-La fecha máxima para la recepción de los relatos será el 23 de Septiembre.
6.-El fallo del jurado se efectuará el día 24 de Septiembre de 2.010, en una gala que celebraremos en la sala Cajon desastre del chat ozu. (23 horas)
7.-Los relatos se publicarán en el blog.
8.- Los premios como en ocasiones anteriores serán virtuales.
8.-La participación en este certamen implica la aceptación de las bases.

TARDE DE DOMINGO RARA ( Emile Zola )

La tinta recién impresa en el papel del periódico había manchado las yemas de mis dedos y yo, esclavo de una asombrosa torpeza, acababa de darme cuenta del asunto. A aquellas tempranas horas de la mañana mi camisa blanca de los domingos no distaba mucho del mono de un mecánico. La camarera, que deslizó su cadera junto al borde de mi mesa circular de mármol para rellenar la taza de café a una joven pareja, me sonrió con saña. Yo me encogí de hombros y me dirigí al baño para ver qué podía salvar de aquel estropicio.

Una hermosa mujer morena acababa de entrar en el local cuando tan solo llevaba recorrida la mitad del camino. Su preciosidad acaparó mis sentidos el tiempo suficiente para que estuviera a punto de arramblar con la puerta azul que custodiaba del aseo de caballeros, el cartel del hombre de esmoquin y sombrero incluido. Mierda, pensé. Vaya mañanita.

Me metí y presioné el blanco interruptor, trayendo una parpadeante luz amarilla hasta el interior del habitáculo. Las paredes estaban sucias y en la taza del váter quedaban restos testimoniales de anteriores usuarios. Me miré al espejo, nervioso. Mi camisa blanca ya no era blanca. Durante un lapso de tiempo del que yo no era consciente se había dibujado un extraño estampado negro por toda la zona de mi pecho y de mi vientre. Maldita sea, pensé. Eso ni con agua. Aún así, decidí probar suerte y giré la rosca del grifo. Éste escupió un poco de líquido entre extraños sonidos de ultratumba antes de dejar fluir un chorro con plena libertad. Mojé los dedos para intentar que saltase la maldita tinta negra. Con un poco de esfuerzo les hice recobrar su anaranjado color habitual.

Pero con la camisa no había manera. Enfrenté mis puños y restregué con saña la tela entre los nudillos, sin embargo los óvalos negros no solo continuaban ahí sino que incluso amenazaban con expandirse. Y la chica despampanante ahí fuera. Si tenía alguna opción de ligar con ella estas manchas acababan de exterminarla. Alguien llamó a la puerta. Ya voy, dije, en tono malhumorado.
En fin, debía resignarme a continuar siendo el mismo fracasado de siempre.

Al salir del baño el tipo bajo y con gafas que esperaba para pasar se me quedó mirando algo extrañado. Yo le hice un mal gesto al tiempo que tomaba el camino de vuelta a mi mesa. El periódico y la taza de café continuaban donde los había dejado. La hermosa mujer de melena oscura había adornado su rostro con unas gafas de montura azul. Al parecer también disfrutaba de la lectura de las noticias matinales entre la interminable sucesión de ruidos y voces desconocidas.

Me descubrí en varias ocasiones desviando la vista desde las planas hojas de mi periódico a las escandalosas curvas ocultas debajo de su jersey. Creo que ella debió notarlo porque me respondió haciendo lo mismo. Poco a poco se fue convirtiendo en un juego. Una especie de duelo de miradas, a ver cuál disparaba más rápido sin ser descubierto. Yo había visto demasiadas películas de John Wayne para perder aquella batalla y continuamente la hacía desviar sus ojos de los míos, haciéndola aceptar su derrota. Llegó un momento en que ella me sonreía cada vez que perdía y se removía un poco en su asiento, jugueteando. Yo me mantuve sereno y seguí bebiendo el café de mi taza como si la cosa no fuera conmigo, pero sin perder nunca el ritmo en el silencioso tiroteo.

Había llegado la hora de actuar, de aprovecharse de la debilidad moral del contrincante. Me levanté sin acordarme del estampado negro de mi camisa y fui directo a ella. El corazón me latía cada vez más rápido y era como si toda la sangre se estuviera acumulando en el interior de mi cara.

-Hola ,¿qué tal?

-Hola- contestó ella haciéndose la sorprendida.

-¿Nos conocemos de antes?

-Pues ahora mismo no caigo.

-¿Me puedo sentar aquí mientras lo discutimos?

-Claro.

Me senté en la otra silla, quedando justo en frente de ella. De cerca sus iris marrones eran como joyas detrás de unos párpados pequeños y de rasgos suaves. Le traía un cierto aire a la Zeta-Jones, aunque las gafas la hacían más intelectual que ésta. Sus senos apretujados en el jersey te permitían darle a la imaginación. Le pregunté el nombre y de dónde era. Me dijo que se llamaba Amalia y era de San Blas, un barrio donde yo había puesto mis pies en pocas ocasiones y evidentemente a ella jamás la había conocído. Mientras respondía a mi simpático interrogatorio la mano de la Zeta-Jones acudía de manera inconsciente al lóbulo de su oreja, acariciándolo. Aquello era un dato del lenguaje no verbal que rara vez producía confusión.

Pedí otro café con ginebra en mis nuevos aposentos. Continuamos charlando casi media hora y nos marchamos del bar. Fuera hacía un frío húmedo que se le metía a uno en el hueso hasta el tuétano.

Protegidos por el grosor de nuestros abrigos, caminamos en dirección a su casa. Me había ofrecido a acompañarla dada la cercanía de su barrio. En todo el trayecto fueron surgiendo temas como el trabajo y otros similares contenidos en mi particular categoría de “no te pilles los dedos”. Amalia sonreía con mis infantiles bromas y se mostraba muy accesible en todo momento. Algo me dijo que no me iría sin un regalito del portal de Amalia. Lo que nunca hubiera podido imaginar era que veinte minutos más tarde estaríamos batiéndonos en duelo entre las sábanas de su cama.

Tuvimos que rodear una enorme pista de fútbol donde un grupo de adolescentes demostraban sus cualidades físicas golpeando una pelota de cuero para poder acceder a su bloque de pisos. Estaba oculto detrás de un par de callejones. No había nadie por los alrededores. Sorprendentemente me preguntó si quería subir a quitarme los manchurrones de la camisa. Yo accedí encantado.

Subimos por las escaleras hasta la segunda planta. Ella se sacó un manojo de llaves y quitó el cerrojo de la puerta. Me invitó a que pasara al interior y me sentase mientras preparaba una palangana con agua caliente. Todo estaba muy oscuro, pero no me tomé la libertad de encender la luz. Abrí la primera puerta de la derecha, con una cristalera enmarcada en gruesa madera de color marrón oscuro, y me introduje en lo que parecía el comedor. Había un sofá y una mesa de cristal con muchos adornos de pequeño tamaño distribuidos por toda su superficie. Se asemejaba a un puesto de venta de figuras cerámicas. Aparté los cojines de colores y encajé mi trasero en la blanda colcha del sofá.

Ella llegó en seguida con una palangana llena de agua tibia y un par de toallas.

-¿Estás a oscuras? Enciende la luz, hombre.

-No sabía dónde estaba el interruptor y no quería romperte nada. Soy algo torpe- aduje sonriendo para dar mayor empaque a mi mentira. Ella también sonrió y encendió la luz. Ahora pude ver en detalle cada uno de los rasgos esculpidos en sus pequeñas figuras. Un ángel, un arquero, un perro, una pareja de ranas y muchos más.

Amalia se sentó a mi lado y comenzó a pasar por mi pecho la punta mojada de una de las toallas. Yo dudaba que aquello fuera suficiente para hacer desaparecer la tinta, pero ella me dijo que sí. A mí me daba igual si se iban o permanecían para siempre. Mi pecho y mi cara competían por llamar la atención de sus preciosos ojos marrones. Me pegué un poco a su cuerpo. Su mano no cesaba de dibujar círculos encima de camisa. Me empezaba a excitar. Ella también y lo demostraba relamiéndose los labios rojos de vez en cuando. En el comedor dominaba una jauría de silencio. Era un silencio en el que estallaban como potentes cohetes tensiones sexuales no resueltas. Mi boca fue a la caza de la suya, deteniéndose unos segundos en los que cruzamos nuestras miradas antes de atacar. Nos besamos suavemente. Yo atrapé su cadera en mi brazo y la apretujé contra mí. Quería sentir su calor. Amalia liberó su mano de la toalla y me abrazó. La pasión del encuentro fue subiendo gradualmente, igual que la temperatura de nuestros cuerpos.

Se echó un poco hacia atrás y se despojó del engorroso jersey. No llevaba debajo nada más que un sujetador negro el cual apenas podía contener el empuje de sus portentosas tetas. Yo me desprendí de mi camisa y me tiré a devorarlas como en celo mientras mis juguetones dedos estudiaban por detrás el mecanismo de cierre de aquel maldito sujetador. Finalmente cedió y sus senos se relajaron encima de su pecho, aumentando de tamaño igual que dos pasteles al fuego. Mi lengua acarició sus pezones erectos encima de las blandas colinas cubiertas de piel aterciopelada.

Fui llevándola debajo de mí poco a poco. Mi miembro ya presionaba la bragueta, avisándome de que ya había cumplido suficiente tiempo de condena. Ella tendida debajo de mí, yo de rodillas, nos desabotonamos los pantalones el uno al otro. Mis calzoncillos se habían transformado en una especie de proa. Amalia abrió sus piernas liberando la entrada a su coño, que gritaba al otro lado de sus finas bragas azules. Las quité de un tirón y dejé que mi preso disfrutara de un poco de libertad. Parecía una especie de raro fruto en peligro de extinción. La electricidad poseía todo mi ser. A pesar de las muchas penurias pasadas en la cárcel y el tiempo sin trabajar, me demostró que aún conservaba sus destrezas. Ella doblaba su cuerpo con cada una de mis salvajes acometidas, estirando el cuello y dejando caer su melena negra. No conocía imagen más bella que la de una mujer hermosa siendo sometida.

Se corrió con la boca abierta, mordiendo con los incisivos su labio inferior. Yo estallé en un orgasmo algo después, cuando Amalia ya disfrutaba de la agradable vuelta al estado de normalidad.

Nos quedamos abrazados en su comedor, regalándonos besos y caricias

( Emile Zola )

MABEL ( Julio )

Pulsé el timbre sólo una vez. Hubiera deseado hacerlo muchas más pero no quería que se notaran mis prisas. Por el fonoporta escuché una voz femenina que me abrió a distancia tras identificarme.

Crucé rápidamente el jardín. Conocía el trayecto y sabía que, frente a una piscina bastante grande, se encontraba la terraza cubierta. Bajo su sombra se estaba ella, Mabel, la única hija de los dueños, mis clientes. Su voz no me había parecido normal y, al llegar, comprobé la razón: estaba tumbada en una hamaca y tenía una rodilla amoratada.

Me explicó que se había golpeado con el bordillo de la piscina y me invitó a sentarme frente a ella. Al contemplarla de cerca, en bikini, olvidé mis prisas iniciales. Aunque intentaba disimular, mi mirada no podía evitar recorrer aquel cuerpo esbelto y tan proporcionado, de cabellos negros y piel morena cobriza por el sol caribeño, hawaiano y quien sabe de cuantos otros lugares. Su aspecto no dejaba dudas de la envidiable vida que disfrutaba aquella belleza de aspecto exótico. Desconocía su edad pero intuía que no llegaría a los cuarenta años y, si bien yo tenía algunos menos, las canas me hacían parecer mayor.

Por mi experiencia deportiva le sugerí que se aplicase alguna pomada antiinflamatoria y ella me indicó un vestuario cercano donde había un botiquín y me pidió que se lo trajese.

Encontré en él un tubo de Trombocid y se lo entregué. Me miró, como intentando penetrar en mi mente, y debió descubrir mis verdaderos deseos porque me lo devolvió rogándome que se lo aplicase yo mismo.
Mi sorpresa fue mayúscula. No esperaba un ofrecimiento de ese tipo, aunque lo deseara con toda mi alma … y con todo mi cuerpo. Ella debió notar los cambios de color en mis mejillas y los parpadeos dubitativos pero llenos de alegría. Antes de que retirase su oferta, me adelanté con un “Si, claro, … naturalmente, …encantado”. Mi comportamiento debía asemejarse más al de un ingenuo adolescente que al de un experimentado adulto curtido en muchas batallas. Me arrepentí de decir “encantado” pues esa palabra podría revelar mis deseos auténticos y no ser interpretada como una cortesía, pero ella me sonrió, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. ¿Sería ese gesto una invitación a dejarme toda la libertad que yo desease tomarme? ¿O mi mente, animada por mis instintos, empezaba a desvariar?

En las yemas de mis dedos índice y corazón de la mano derecha deposité un poco de pomada, acerqué mi silla hasta su larguísima y torneada pierna y, estremeciéndome imperciptiblemente, empecé a frotar sobre el morado. En ese instante creí notar un ligero temblor en su rodilla y le pregunté si le dolía.
--No, que va. Todo lo contrario, me alivia mucho –dejó pasar unos segundos antes de añadir- …y lo haces muy bien, me encanta.

A ella también le encantaba. ¿Eso era otra invitación a que tomase mi propia iniciativa? Era evidente. Estábamos sólos, de otro modo, no hubiera sido ella sino el servicio quien me hubiese recibido y abriera la puerta.

Mientras aplicaba el fármaco noté una presión en mi bajo vientre, lo que me obligó a moverme un poco para adaptar el hueco que había entre mis muslos a las nuevas necesidades espaciales.

Ya había extendido toda la crema sobre la piel amoratada pero simulé no haber terminado mi trabajo y continué frotando mis dedos ya secos en círculos cada vez más alejados de la zona herida. Paulatinamente iba agregando mas dedos a ese roce hasta que llegó a ser con toda la mano, mientras la otra, la izquierda, la colocaba debajo de la rodilla.

Mis progresos en la conquista del territorio de su piel eran muy lentos, pero seguros, y ya me había excedido en casi diez centímetros por encima de la zona afectada. La miré de reojo, seguía como dormida, con cara de placer y una respiración algo agitada, pero al contemplar sus pechos con los pezones marcando su relieve por debajo del sujetador, se deshicieron todas mis dudas y, aunque mantenía la lentitud en el avance, mi mano derecha ya no frotaba sino que acariciaba su muslo por la zona interior y ella abría ligeramente las piernas dejando paso a mis dedos que continuaron progresando en dirección a su entrepierna. Mientras escuchaba sus gemidos entrecortados, mi mano izquierda subía por su cadera, por su cintura y su abdomen hasta sus pechos.

Me puse de rodillas junto a aquella diosa y mi lengua despertó saboreando la piel de su vientre y descendiendo lentamente hacia la fuente de los placeres.

………………

Mi cartera con los informes fiscales había quedado en el suelo y estaba recibiendo un goteo continuo de un vaso de zumo que se había tumbado. No importaba, mi lengua también recibía una placentera ración de jugos derramados desde el interior de aquella piel morena.

( Julio )

LA BRISA ( Juan Laffite )

Me aburría tremendamente y tome la decisión de saludar a los vecinos, Estaba demasiado metido en mi espacio. Un espacio que empezaba a asfixiarme, tenía la sensación de estar perdiéndome demasiadas cosas.

Aquella sala podría ser tan buena o tan mala como cualquiera, así que le pinché a aquel emoticón sin demasiada esperanza por encontrar algo diferente. Lo que oía no sabia si me gustaba o no, simplemente era diferente. ¿Y por que no? ¿Que podía perder? Como mucho el tiempo, y ese día me sobraba. Cuando intento recordar mi primera conversación con ella una neblina lo emborrona todo. Seguramente seria una conversación tan plana y tan trivial como todas a las que estaba acostumbrado. Sin querer, sin pensar, dejándome llevar, me di cuenta de que aquellas letras que fluían en la pantalla empezaban a engancharme. Volví al día siguiente y al siguiente… La mente de aquella mujer me sedujo enormemente. Un día pasamos de las palabras a las imágenes; y si aquella mente me sedujo su cuerpo me atrajo. Llegaron las vacaciones y se perdió el contacto, quizá era la excusa perfecta para enfriar aquellas ganas de tenerla junto a mi.

Un “hola” se abrió en aquella ventana, aquel hola me abraso el alma, me encogió el estomago, acelero mi corazón...

Era una noche de principios de septiembre, Solo una pareja en aquel restaurante a la orilla de la playa. Nosotros.

La brisa fresca además de anunciarme el final del verano se empeñaba en darme celos. La brisa conseguía: abrazarla, acariciarle su pelo, rozarle las mejillas, susurrar en sus oídos las palabras que a mí me faltaban.

Me levante, le ofrecí mi mano y le dije: ¡Ven! No tenia la minima prisa por seguirme, solo me miro a los ojos y se puso en pie. En aquel momento deje de tenerle celos a la brisa. Los celos se convirtieron en odio. No podía soportar que la abrazara como lo estaba haciendo, ciño su vestido a su cuerpo, levantó su pelo burlándose de mí, Diciéndome: Ahora es mía, pero te dejare adivinar sus muslos, su cintura, sus pechos. Sufre, por que no sabes si esos pezones que se te clavan en los ojos son por mi culpa o por la tuya.

Caminamos descalzos sobre la arena, se apoyaba en mi brazo, con la otra mano se recogía la falda de aquel vestido. El rumor de las olas cada vez más fuerte, empezó a ser demasiado sugerente como para poder resistirme a besarla. Estaba decidido, la besaría cuando la mar lamiera nuestros pies. Justo en ese momento se volvió hacia mí, me abrazo por el cuello y me dijo: baila este ritmo. Mis manos tardaron en llegar a su cintura, justo en la frontera que marcaba el deseo de poseerla y el miedo al rechazo. Déjate llevar, no pienses, solo déjate llevar por las olas, se tu mismo, me susurro. Al ritmo de las olas empezamos a fundirnos el uno con el otro. Cada vez mas cerca, a cada instante mas pegados. Mis manos empezaron a tener vida propia, recorrían su espalda, sus nalgas, su cintura, sus pechos estaban clavados en mi tórax. Se me hacia difícil respirar con normalidad tanto por su percepción como por su turgencia. Mi boca deseaba algo más que su cuello, necesitaba la suya. Necesitaba beber de esta mujer con la misma necesidad que un alcohólico necesita su primer trago del día. Si, estaba borracho de ella. Sin despegar mis labios de su piel buscaba la fuente de mi deseo. Y en ese preciso instante note como la brisa se convertía en mi aliada. Nos traía el regalo del sonido de un saxofón que le hacia los coros a las olas. Aquella música acelero nuestra ansia. Nos deshicimos de lo único que nos separaba, de la ropa. Nos buscamos igual que dos adolescentes en celo, queríamos conocer cada pliegue de nuestro cuerpo, aprendernos de memoria hasta el último resquicio de nuestro ser. Caricias, besos, susurros, suspiros…. La luna se escondía tras aquellas caderas de infinitas promesas. Probé el sabor a mistela de sus pechos y no podía resistirme al sabor a miel del sitio más íntimo de su templo. Nuestros cuerpos se preparaban para fundirse, entre más caricias, más besos, más susurros, más suspiros.

Me resistía a entrar en la ermita del deseo a pesar de que este ateo lo deseaba con todo su ser. Entre susurros me dijo: lleva el ritmo de las olas, bailemos juntos este son. El saxofón enmudeció y la brisa empezó a arreciar, Poco a poco se convirtió en un levante travieso que nos invitaba, nos ordenaba seguir su cadencia.

La coreografía más sugerente de mi vida. La que jamás podré olvidar, la que jamás podré dejar de desear.

Desde ese día no conozco música más sugerente que el sonido de las olas.
Quiero danzar contigo hasta que el cuerpo aguante.

( Juan Laffite )

EXPERIENCIA EN HOLLYWOOD ( Peloponeso )

Mi experiencia en Hollywood como actor de reparto fue tan breve como intensa. Un caballero con modales, es lo último que buscan y esa es la única explicación. La necesidad me arrastró a ello…una semana sin un simple rosbeef…el desencadenante primario del hecho. La subsistencia mi fin.

La película se iba a llamar !El apache malvado! pero las presiones de la asociación de actores “progresistas” hicieron que pasara a denominarse !El indígena molesto! y se rodó en pleno desierto de Arizona. Membronorme, a la sazón gigoló de la Diva, Lolayla Howard, al igual que yo hacía de extra.

Era Franco Mebronorme, hombre dado a la teatralidad y el exceso y quizás fue eso, lo que le indujo a subirse aquella noche de tormenta a la torre del agua para el suministro de trenes con una botella de Whisky en la mano. Se tambaleaba en lo alto entre luces sabiamente engarzadas por fenómenos atmosféricos que ponían el marco ideal para el desarrollo de la escena, mientras el resto de el personal en tierra asistía atónito al espectáculo, incluida la bella Hodward que entre sollozos gritaba, "Bravo.. Franco, andíamo…caro mío". Un enorme rayo puso fin al espectáculo del siciliano…alcanzándolo de lleno, que entre convulsiones y tras grandes aspavientos generosamente aplaudidos por el personal, cayó al suelo muriendo por fulguración.

Yo, exclamé solemne una frase que espero figure entre las más afamadas de las que en Hollywod se conocen. "En Arizona, su pueblo y el mío...se me ha muerto como del rayo Franco Membronorme, a quien tanto quería."

Ella, la mujer más deseada del mundo y aún con el cadáver caliente del itálico se volvió hacia mí bajo la capa de agua y pasando entre las filas de gentes estupefactas, mordió el lobulillo de mi oreja, mientras susurraba "torero...torero"… 

Lolayla Howard repasaba cada centímetro cuadrado de la piel de su cara con sus estilizados dedos. Depositaba la crema como si en cada gramo, fuese un mensaje cifrado con el código secreto de la eterna juventud. Ese día, llevaba un vestido plisado blanco que se levantaba sugerentemente cada vez que el ventilador potente que el productor había instalado en aquel camerino improvisado en la caravana en la que malvivíamos en medio del desierto durante el rodaje.

Sentado justo detrás de ella, miraba sus bellas y torneadas piernas que con la edad habían alcanzado la categoría de obras de arte del deseo. Más arriba una pequeña combinación no dejaba ver más que la mitad de sus apetecibles muslos que encendían mi ya de por sí disparada libido.

Me acerqué a ella lentamente por detrás, hasta rodear su cintura con mis manos que inevitablemente buscaron la cercanía de sus voluminosos pechos en gran parte mostrados gracias a un generoso escote en el cristal donde coqueta se arreglaba y que anulaban mis caballerescos principios.

Mi cuerpo pegado totalmente a su espalda notaba los cambios vertiginosos que se producían en determinadas estructuras de mi anatomía y el sentir mis labios deslizarse por aquellos hombros desnudos despertaba en ella unos pequeños gemidos que aportaban más carga erótica al denso ambiente.

Ella se dio la vuelta e instintivamente la levanté con mis manos sentándola en la mesita del camerino para en un acto reflejo, rasgar su ropa interior y poseerla como un salvaje. Sus dientes se clavaron en mi hombro como una serpiente en su presa y su saliva llenaba mi dorso gota a gota mientras las uñas me arañaban aunque menos quizás que su cara de golfa convulsa que exprimía mi cuerpo hasta dejarlo exhausto.

Después, fue todo. Torbellinos de sensaciones que nos envolvieron hasta perder la noción del bien y del mal, del tiempo y el espacio. La ceremonia del deseo incontrolado. Pasión y ternura, sudor y semen, risa y dolor, éxtasis, hasta caer en el clímax largamente buscado. Rodamos por el suelo y gritamos con cada orgasmo, con cada sensación, con cada momento de lujuria desenfrenada. Lamí sus pezones y me bebí su boca. 

Su ropa destrozada generaba en mí los deseos del nunca acabar, y la idea obsesiva…de agotar hasta la última micra de la testosterona acumulada durante los días de rodaje de aquel maldito Wewstern en el que yo hacía de Sherif y moría en la segunda escena, pero ella me mantenía allí, como si un invisible cable de acero me uniera a su vida agarrado de mi bolsa escrotal. ¡Nada ya tenía importancia!.

El mundo era ella y su entorno. Mi alimento, su perfume. Mi motor su sexo. Mi universo, sus caderas.

( Peloponeso )

ERA MITAD DE AGOSTO ( Blasco )

Era mitad de agosto y mí presupuesto de ventas estaba por debajo de mis objetivos. Si seguía así, probablemente seria uno más de los que ocuparían las próximas listas del paro. Con el propósito de conseguir algunos clientes, me dirigí a uncomplejo residencial que habían construido hacia poco.

Toqué varias veces un timbre sin respuesta y cuando empecé a bajar las escaleras, escuche como se abría la puerta. Al girar vi como se discernía la silueta de una joven. A penas tenía unos treinta años. Llevaba unos shorts y una camiseta de manga corta por encima del ombligo, su melena se escampaba sobre sus hombros y una deliciosa sonrisa iluminaba su cara.

Tímidamente preguntó que quería y controlando mi sorprendente excitación puse en marcha toda mi maquinaria comercial, para intentar venderle un sistema de alarmas. La muchacha se mostró interesada y aplazamos otra visita para el día siguiente.

Tenía ganas de volver a verla, todavía recordaba su físico: realmente era una mujer muy atractiva y esa mezcla de turbación me gustaba.

Aquella tarde era la más calurosa del verano. A pesar de habernos citado más veces, me inquietaba estar de nuevo en su casa. A solas…

Me acompañó al comedor y comencé con la instalación de la tarjeta en el panel de alarmas.

-¿Tardarás mucho? Quiero ducharme, si necesitas algo ahí está la cocina. (Dijo la chica)

(Si ella supiera lo que necesitaba en esos momentos seguramente no lo hubiera dicho… o si).

Yo sabía que se estaba desnudando y mi curiosidad para ver más me impulsó a acercarme a la puerta del baño.

Estaba entreabierta y a penas pude distinguir unas bragas en el suelo. Me acerqué un poco más y vi como lentamente dejó caer el vestido, descubriendo su espalda y un trasero duro y apetecible a ser mordido. Entró en la bañera y pensé que al cerrar la mampara, podría seguir con mi tarea; pero no fue así ya que ella la dejó totalmente abierta. El agua caía en cascada, rozando esa espalda, esos pechos y deslizándose por su culo y piernas. Empezó a enjabonarse de manera sensual, comenzando por el tobillo y subiendo por la rodilla hasta su muslo. Usaba sus manos y su ritual era una mezcla de caricias y masajes en ese cuerpo desnudo que invitaba a ser amado.

¡Dios mío! Ni siquiera me di cuenta que tenia la mano en mi bragueta.

Yo continuaba con mi trabajo sin dejar de mirarla. Deseba meterme en esa bañera, enjabonar esos pechos, acariciarlos, comer esos pezones…

Una llamada al móvil me obligó a salir a la terraza, impidiendo la visión de tan gran espectáculo.

Al regresar al comedor mi grado de excitación no había disminuido pero la muchacha ya no estaba.

Para mi sorpresa entró con un vaso y me invitó a tomar agua fresca.

Al acercarse, comprobé que su cuerpo seguía mojado por las marcas de sus pezones en el mini vestido de algodón.

Rozó mi mano, era la señal de que ella tenía las mismas ganas de sexo que yo.

Tiré el vaso. Acercamos nuestras bocas buscando con ansia nuestras lenguas. En esa pelea arrancamos con furia nuestras ropas, cayendo en el sofá. Allí tumbada, noté la frescura de su cuerpo. Separé sus piernas, mordisqueando sus bragas. Esa mezcla de olor a recién duchada y su humedad , impulsó a apartar esa tela que me impedía notarla más.

Mi lengua jugaba con su sexo y ella me suplicaba que la penetrara. Yo lo deseaba tanto como ella, así que allí mismo la poseí. Cuerpos sudados, embriagados por el deseo. Empapada y dilatada, entré hasta su fondo.

Gemidos de placer y de dolor al notar sus arañazos en mi espalda, se mezclaban con el orgasmo que sentí.

Cuando quise seguir gozando de nuestros cuerpos, ella me dijo:

-Gracias por el trabajo, espero que todo funcione correctamente. Ya puedes irte, si tengo algún problema con la alarma ya te llamo.

Con cara de sorpresa dejé a esa mujer.

No hay día que no espere esa llamada…

( Blasco )

EL RETRATO DE MADDY ( Stephen King )

La comida pareció acallar durante un rato la exasperante voz de Maddy. Degustaron en una plácida cena las truchas acompañadas de los corazones de alcachofa y la deliciosa salsa. A Sandra le pareció una comida exquisita. El paladar de Henry, sin embargo, no disfrutó demasiado de la áspera y dulzona tarta de chocolate con caramelo. Cuando el bolo de comida se hundía en la garganta, le quedaba en la boca un extraño retrogusto amargo, señal de que el chocolate no había sido elaborado correctamente. Pero no dudó en catalogarla de auténtica maravilla. Ella se reía a carcajadas quitándose el con estupor el dudoso mérito.

Eran ya casi las doce cuando empezó la película. Ella parecía aburrirse un poco con los ingeniosos diálogos de los científicos. Los ojos de Henry se iban de vez en cuando de la pantalla a ella y pocas veces disfrutaban de su milagrosa sonrisa.

Y el cuadro. El maldito cuadro el cual debió tapar hace mucho tiempo lo atraía del mismo modo que la banda magnética terrestre la aguja de las brújulas. Su inmensa cabeza sin quitarle ojo de encima, sus ojos picarones escudriñando su comportamiento con Sandra. No podía acercarse a ella así. No podía hacer eso con Maddy delante.

Vamos, no seas tímido y acércate a ella. Se está aburriendo. No me decepciones, Henry.

Tú y yo tenemos una cita esta noche.

La maldita cinta sonaba y sonaba y Henry empezaba a alterarse otra vez. Se puso la mano en la frente. Desprendía un intenso calor. Miró a Sandra y su ánimo pareció apaciguarse un poco. Le tocó la nariz con la punta de los dedos. Ella demostró su gusto por aquellas caricias y orientó su cuerpo hacia Henry. Le fue comiendo terreno poco a poco en el sofá, clavándole su mirada fulgurante. Pegaron sus rostros y Sandra descendió la mirada, como regocijada por aquella absoluta entrega amorosa. Se besaron hasta poco antes del final de la película. Las manos de Henry exploraron su anatomía encima del ajustadísimo vestido, atreviéndose en un par de ocasiones a invadir la intimidad de su entrepierna, robándole gemidos.

Sus miembros sexuales ardían. Henry la aferró con poderosos brazos y la hizo ponerse en pie. La condujo entre besos y lametones hasta el pequeño que había debajo del cuadro de Maddy. Elevándola por su estrecha cintura, la sentó encima de la mesa y le desabrochó el vestido. Allí detrás estaba la cara de Maddy sonriendo como con deseo. La cabeza de Sandra golpeó el cuadro al echarse hacia atrás mientras abría las piernas para recibir a Henry, ya totalmente desnuda. Éste terminó de bajarse los pantalones y los calzoncillos y le hizo el amor salvajemente contra la pared, a ella y a su mujer. Sus tetas subían y bajaban igual que la fruta madura cuando una bandada de pájaros se posaba en la copa de un árbol.

Y durante ese tiempo las voces cesaron totalmente dentro de su cabeza.
¿Se puede hacer el amor con un fantasma? Henry despertó desconcertado varias veces en mitad de la noche con la misma sensación que deja un miembro tras ser cercenado. Se dormía y volvía a vivir otra pesadilla y a despertar otra vez con la misma sensación de pérdida, de estancia imperceptible. La bella rubia estaba sumida a su lado en un profundo sueño y no se dio cuenta de nada.

Tras despedir por la mañana a Sandra antes de que fuera a abrir la tienda de cosméticos, se puso cara a cara con el cuadro de su mujer, serio. Sacó una navaja del bolsillo. Le escupió a Maddy en plena cara.

No serás capaz, mamarracho.

Henry se llevó con el afilado acero de su navaja todo el papel del lienzo, transformando la imagen de su mujer en un montón de colores abstractos. Luego fue a la habitación y cogió el mini-retrato del cajón. La brillante mirada de Maddy se consumió en las llamas de su mechero, que derritieron el acetato en pocos segundos.

Bajó a la calle con un par de bolsas de basura y se deshizo de ellas en el contenedor más cercano. La mañana prometía y decidió hacer una visita a Sandra como el inicio de una nueva vida.

( Stephen King )

EL AUTOCAR ( Anais Miller )

Mi novio me invitó a pasar dos semanas en el pueblo de sus padres; me pareció una buena idea después de la bulliciosa estancia en Ibiza con mi amiga de toda la vida, Yolanda. Pensé que un poco de tranquilidad me vendría bien. En la terminal de autobuses compré un libro para mitigar el que suponía un tedioso viaje de tres horas. Al subir al autocar comprobé que sólo seis personas lo ocupaban; decidí sentarme atrás del todo, junto a la ventanilla. Ya iniciado el trayecto saqué el libro del bolso y me puse a leerlo. Para mi sorpresa, la novela se hallaba repleta de episodios eróticos magníficamente escritos. Sin poder evitarlo me excité, y comencé a masturbarme a sabiendas de que nadie podía verme. Mi sexo totalmente empapado emitía unos tenues chasquidos al roce con mis dedos; más pronto de lo que hubiera querido un orgasmo hizo presa en mí, y gimiendo me corrí voluptuosamente empapando el asiento con mis fluidos. El clímax fue tan intenso que mis piernas temblaban y apenas las sentía. Desfallecida, con la minifalda levantada y mi tanga en los tobillos cerré los ojos y me quedé dormida.

El claxon de un camión me despertó. Compuse mis ropas y recogí el libro del suelo. Besé la portada y lo guardé en el bolso. Media hora más tarde llegué a destino. Mi novio me esperaba con una amplia sonrisa que yo le devolví. Al bajar del autocar me preguntó qué tal el viaje y yo suspirando le dije:”inolvidable, Mario, inolvidable”.

( Anais Miller )

DON JUAN Y LA SEÑORA DE LA LIMPIEZA ( Bombón

El año pasado me invitaron a la Feria del Libro de Valencia, aunque podía haber sido cualquier otra ciudad, el volver a esta tierra me imbuía de un especial regocijo. Presentaba mi cuarta novela “Memorias de un Dandi trasnochado”, en ella narrabatodo lo que mis años de experiencia me habían enseñado sobre las mujeres, además de contener algunas variopintas técnicas de seducción. Bueno, más bien, digamos que tuve que rellenarlo con las técnicas, pues si lo hubiera basadosolamente en lo que había aprendido de la psicología femenina, resultaría un libro lleno de páginas en blanco.

El tercer día de la Feria me desperté de bastante mal humor pues el día anterior había sido nefasto. No pueden imaginar lo cansado que es escribir dedicatorias a gente desconocida, y tratar demás de ser original, considerando además que mi público estaba compuesto sobre todo por mujeres “liberadas”, con la sonrisa a medio lado que se jactaban de comprar mis libros para regalarlos a sus amigas en despedidas de soltera. Para colmo, ese día una señora muy estirada había mirado con absoluto desdén mis zapatos, que aparecían ligeramente polvorientos ya que con mis prisas, había olvidado limpiarlos… Pues en eso estaba yo, allí en la cama de aquel hotel, perdido en mis pensamientos, tumbado panza arriba, completamente desnudo, y con la erección matutina de rigor… cuando de pronto un “toc, toc” se escuchó en la puerta..¿No les ha sucedido nunca que el cerebro va por un lado y el cuerpo por otra…? Pues eso me pasó.

– Adelante – dije, sin saber por qué, y sin pensar en lo incómodo de mi situación.

Acto seguido apareció en el cuarto una señora. Por lo que pude vislumbrar de mediana edad, vestida con una bata azul,sudorosa y con el pelo alborotado que algo azorada no paraba de excusarse:

-Perdón, perdón.. pero usted me dijo que pasara... ¿vuelvo más tarde?

-No- dije tapándome como pude con la sábana... – adelante, puede seguir-

Me metí en el baño con un sentimiento contradictorio entre vergüenza e hilaridad... Allí estuve escondido hasta que la escuché cerrar la puerta y salí de mi refugio. La cama estaba hecha y sobre la mesilla de noche había dejado unos bombones cuidadosamente colocados. No sé por qué, me los comí con ansiedad. Eran los bombones más exquisitos que había probado nunca. Un impulso absurdo me orientó a dejarle una nota en recepción.

La nota decía lo siguiente:

“Para la señora de mantenimiento de habitaciones” (Podía haber escrito “Para la técnica superior en mantenimiento de servicios de hostelería” pero no sabía si tendría reconocida su categoría). Estimada señora, ruego me disculpe por el incidente de esta mañana. No volverá a pasar... gracias por sus bombones, los disfruté mucho. Le dejaré de regalo mi última novela dedicada. Atentamente: Cliente de la habitación 69”

Al otro día fui bastante más precavido y me levanté temprano, aunque no lo suficiente, porque cuando estaba en la ducha escuché como alguien entraba en la habitación. El corazón empezó a latirme con fuerza, espié a través de la rendija de la puerta entreabierta y allí estaba ella, la señora de los bombones. La escudriñé como un voyeur mientras hacía la cama.... su culo insinuante se marcaba voluptuosamente en el bata; a diferencia del día anterior, llevaba el pelo bien colocado y la bata desabotonada que dejaba ver el insinuante canalillo de sus turgentes senos. La insignificante mujer de ayer me parecía hoy toda una diosa.


Dejé pasar unos minutos por si se marchaba pero como no se iba, decidí salir. Me coloqué una toalla, tapando mis partes nobles (Siempre me he preguntado de dónde vendrá lo de “partes nobles”…en fin). Allí estaba yo, cual Pujol ante la Reina doña Sofía en los mundiales, con mi toalla anudada a la cintura y sin haber marcado un gol hacía mucho tiempo.

-Buenos días, gracias por la nota y por el libro- dijo acercándose hacía mí, tendiéndome la mano en ademán de saludo.- No tendría que haberse molestado-.

-Buenos días - acerté a decir, y con una ligera reverencia, le besé la mano.
Lo que pasó entonces fue imprevisible e inenarrable. De repente se abalanzó sobre mí, trastabillé y caímos sobre la cama. Mi toalla había caído al suelo, si bien no atino a recordar si fue antes o después de los buenos días, probablemente fue la erección que ya tenía al salir del baño la que la hizo caer. Se lanzó sobre mí, besándome, devorándome, todo fue tan deprisaque apenas acerté a desabrocharle los botones de la batita para dejar al aire sus suntuosos pechos. Parecía una fiera. Rápidamente se abrió de piernas, se puso a horcajadas sobre mí y en un instante me estaba cabalgando cual amazona henchida de deseo. Mientras, mis dedos buscaron su sexo e hicieron preso su clítoris, hasta que en cuestión de segundos cayó desplomada sobre mí… Acto seguido me descabalgó y su boca buscó mi sexo hasta hacerme enloquecer, cada vez que me acercaba al orgasmo, ella paraba y vuelta a empezar una y otra vez… Por un instante pensé que perdería el conocimiento y ella frenaba y se detenía. Hasta que le supliqué, le imploré, le exhorté que siguiera. Fue sin duda, uno de los mejores orgasmos que había tenido nunca.

Una vez se quedó satisfecha, como un vampiro recién alimentado limpió su boca, se levantó y se recolocó la bata. Yo laobservaba jadeante aún… se me acercó, me dio un beso, sacó del bolsillo un puñado de bombones que dejó sobre la mesilla y salió del cuarto, sonriendo sin antes preguntarme:

-¿Cuántos días más se quedará por aquí?

- Una semana- articulé a decir, con voz entrecortada.

- Pues hasta mañana-

Sin más, esbozando una sonrisa, salió por la puerta.

Ese mismo día llamé a los organizadores de la Feria. Me excusé diciendo que estaba enfermo, que no podría seguir asistiendo pues me había dado una fuerte gastroenteritis y tenía que regresar a casa.
Cogí el primer tren. Mi mujer me esperada entre alarmada y disgustada por mi intempestivo regreso.

-¿Tan grave ha sido?- inquirió

-No lo puedes ni imaginar… ha sido horrible - le dije lastimoso, sin levantar la mirada.

Luego me fui al despacho, cerré la puerta con llave, saqué los bombones y me los comí todos. Chupé incluso el resto dechocolate impreso en los papeles. Sin duda, me supieron a gloria.

- Fin-

( Bombón)