Bienvenidos al Blog de las salas cajón desastre y aventura de vivir de Ozú. Desde hace tiempo nos rondaba por la mente la idea de tener un sitio de encuentro, una referencia más allá de nuestras salitas, un lugar sobre todo para compartir esos "pequeños momentos" de los que se compone cada día.

En este “cajón desastre” todo tiene cabida: fotografía, música, literatura, cine... pretendemos sobre todo aprender los unos de otros y entre todos crear algo diferente que nos sirva de complemento y entretenimiento.

Por eso os invitamos a que participéis con comentarios y sugerencias. Gracias de antemano a todos y ¡Bienvenidos!

viernes, 25 de junio de 2010

Trueno

VICTORIA

Aquella noche bebí más que de costumbre y conduje sin saber muy bien lo que hacía porque toda mi atención la dedicaba a Victoria, una hermosa chica a la que había conocido hacia a penas una hora. Era demasiado joven y atractiva para mí, pero no se por que extraña razón me dedicó su atención y sus mimos. Recuerdo que bailamos todo el tiempo sin apenas mover los pies de la misma losa, con los cuerpos enredados a la búsqueda del mayor contacto posible.

Bajo un cielo estrellado, llegamos a mi apartamento entre curvas tomadas por la izquierda, y una buena combinación de caricias, besos, risas y canciones desentonadas. Nada más entrar nos abrazamos de nuevo y, sin esperar, la aplasté contra la pared, mordiéndonos los labios como desesperados mientras yo subía su falda y ella se dejaba hacer entre gemidos. De pronto, se escuchó un trueno, la luz empezó a parpadear y quedamos sumidos en la oscuridad. Comencé a sentir un olor extraño, muy diferente al perfume con que ella había envuelto nuestro encuentro. Olía ahora a esa humedad típica de sótanos cerrados durante años. Su cabello no era sedoso como unos segundos antes, ni su cara suave, ni las líneas de su cuerpo tan estilizadas.

¡Diosss, cuánto debía haber bebido para tener esas percepciones ilógicas! Sin embargo seguí con mis primeras intenciones, mordiendo salvajemente su piel mientras ella levantaba la pierna y me apalancaba contra su cuerpo. Comencé a lamerle el cuello y se me llenó la boca de sus cabellos. O eso creí porque, a la luz de un relámpago, su cuello no ofrecía ni un centímetro de piel, todo él estaba cubierto de un vello negro y grueso con un sabor desagradable. Asqueado, me eché hacia atrás, la miré a la cara y…… ¡no era ella sino una especie de bestia babeante con ojos saltones de brillo sangriento! Lanzó una especie de grito, mitad aullido y mitad estertor. Sentí que mis piernas flaqueaban pero no caí porque “ella” me sostenía con una fuerza increíble. En ese instante noté un terrible dolor en lado izquierdo del cuello y cómo aquella bestia succionaba de él. Perdí el conocimiento y ya no me enteré de más.

A la mañana siguiente desperté lleno de pavor. Abrí los ojos esperando verme en el suelo junto a la puerta de entrada pero, sorprendentemente, desperté en mi cama, con pijama limpio y con un desagradable sabor a ginebra en mi boca. Ufff, todo había sido fruto de mi imaginación alimentada por el alcohol. Miré el reloj: las cuatro y media de la tarde de un domingo soleado. ¿De un domingo? El despertador indicaba que era martes. No podía ser. El aparato estaría estropeado. Me levanté pero mis piernas no me sostenían y caí al suelo. Conseguí incorporarme y, una vez en pie, apoyándome en la pared, salí del dormitorio. Escuché el sonido del televisor y miré hacia el salón: Alguien había puesto orden en él y hasta parecía más grande, libre de enredos. Me asomé despacio y allí estaba ella, bellísima, dormida, tumbada en el sofá, con su larga cabellera rubia. Sonreí a pesar de mi debilidad y me dirigí al baño. Involuntariamente miré al espejo pero… ¿aquella imagen era la mía? ¡Dios santo! Mi cara parecía haber envejecido años, delgado, casi esquelético, con una palidez cadavérica.

Nunca me había ocurrido algo así, por mucho que hubiese bebido la noche antes. Miré el reloj del aseo y … también indicaba que era martes. . ¿Habría estado dos días durmiendo? Cada vez estaba más confundido.

Volví de nuevo ante el espejo, me quité la camisa, contemplé mi cara demacrada y me di miedo. Me acerqué más para ver con detalle mis ojos pero la mirada se dirigió involuntariamente en el lado izquierdo de mi cuello: tenía las marcas evidentes de haber sufrido una enorme mordedura.

Oí unos pasos, se escuchó un trueno, volví a sentir el desagradable olor ya conocido, la luz parpadeó y, antes de apagarse totalmente, pude ver en el espejo la imagen de la puerta y la de “ella”, cubierta completamente de un asqueroso pelo negro y lanzando el mismo grito de la otra noche.


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