Bienvenidos al Blog de las salas cajón desastre y aventura de vivir de Ozú. Desde hace tiempo nos rondaba por la mente la idea de tener un sitio de encuentro, una referencia más allá de nuestras salitas, un lugar sobre todo para compartir esos "pequeños momentos" de los que se compone cada día.

En este “cajón desastre” todo tiene cabida: fotografía, música, literatura, cine... pretendemos sobre todo aprender los unos de otros y entre todos crear algo diferente que nos sirva de complemento y entretenimiento.

Por eso os invitamos a que participéis con comentarios y sugerencias. Gracias de antemano a todos y ¡Bienvenidos!

domingo, 16 de mayo de 2010

Nistalina

He tenido guardando esta historia el mismo celo que la tierra cuando protege una semilla, más con un fin muy distinto.
La Madre Naturaleza oculta la débiles semillas de todo, salvo de lo imprescindible para que se acabe convirtiendo en una robusta planta.
Pero es bien conocido por los antiguos que la luz llega a cualquier rincón imaginable, y mi semilla, contra todo pronóstico y propios deseos, se ha convertido en un gran árbol que ya es difícil esconder.
Mi historia comienza un verano de 1992. La época en que todos esos neohippies del movimiento grunge vendían miles de pósters y daban giras mundiales para impregnarnos a todos los críos de su rebeldía.
Yo tenía catorce años y pasaba los días jugando a la pelota en la playa. Pero aunque mi pasión por los cuerpos redondos se había mantenido intacta desde que era sólo un niño, ahora me gustaban más los que estaban hechos de carne magra.
Las chicas con sus bikinis paseándose atraían las miradas de todos los jovenzuelos que habíamos en la arena. Cuánta inocencia.
Bien. Resultaba que mi vecina estaba de muy buen ver, y se había echado un novio hacía poco tiempo. Estábamos ya a finales de julio y el sofocante calor nocturno hacía que conciliar el sueño fuera tarea de beatos.
Desde mi cuarto podía verse perfectamente el dormitorio de la chica. Cuando sus padres salían, solía quedar con el chico para acostarse juntos.
Dos amigos y yo nos asomábamos a la calle, ocultándonos tras la almohada de mi cama, y nos deleitábamos con las sombras danzantes que se proyectaban en su ventana, imaginando cómo ella se revolvía en la cama, las carnes apretadas y sudorosas repletas de pasión. El ramaje del pino que tenían en el jardín ocultaba un trozo de la persiana y nos molestaba cada vez que se levantaba algo de brisa, maldiciendo por ello.
Aquellas maldiciones eran de las pocas palabras que salían de nuestra boca durante esos hipnóticos ratos.
Pero a los pocos días ya no teníamos suficiente con los calores que nos emergían de la entrepierna al contemplar las insinuantes sombras de enfrente.
Conseguí de una agenda de mi madre el número de teléfono de los vecinos. Decidimos llamar para interrumpirles el jueguecito. Mis padres habían salido a tomar un helado y el novio acababa de entrar en la casa tras aparcar el coche.
Habían empezado a enrollarse en el comedor y terminarían en el dormitorio, como de costumbre.
Uno de mis amigos llamó desde mi teléfono y, cuando creíamos ya que nadie respondería, se oyó una voz grave al otro lado del blanco auricular.
Teníamos las manos puestas en la boca para tratar de reprimirnos la risa. Esperamos unos segundos antes de colgar, en los que su novio se acordó de nuestra familia.
Hicimos eso un par de noches antes de que ocurriera el suceso por el que he querido mantener esta historia en mis adentros todo estos años. Esa noche, uno de mis amigos llegó a mi casa con una navaja.
Decía que le quería gastar una broma a ese cabrón. Iba a rajarle un par de ruedas del coche. Así aprendería a respetar a las madres de los demás. Nos resultó divertida la idea.
Mientras el novio estaba dentro de la casa, bajamos con cuidado y cortó los neumáticos delanteros. Huimos rápidamente, cautos para que nadie nos viera.
Al volver a mi cuarto, listos para otra sesión de sexo censurado por las persianas y el pino del vecino, nuestra apetencia no se vio satisfecha. Ni sombras ni nada de nada. El chico salió de la casa al poco de haber subido nosotros de la calle.
Llevaba cara de pocos amigos y algo en la mano. Nos empezamos a reír a carcajadas porque iría más empalmado que un burro en celo. Se montó en el coche y se fue. Que le jodieran.
Llamamos a la casa, pero nadie lo cogió. Mi vecina se habría dormido, pensamos. O quizá no lo cogiera porque pensaba que éramos su novio, que quería disculparse y volver para echarle un buen polvo.
Una cosa u otra, pensé que todo había quedado ahí cuando, sobre las seis de la mañana, mi madre me despertó. Iba con una bata de casa y me dio un abrazo.
Me costó abrir los ojos, unas brillantísimas y parpadeantes luces azules y rojas cubrían las paredes de mi cuarto.
Se oían voces de la calle. Intenté asomarme por la ventana, pero mi madre me hizo desistir de un fuerte tirón en el brazo. ¿Qué ha pasado?, le pregunté. La vecina, hijo. La vecina. Sus padres se la habían encontrado muerta en el comedor, junto a un bote de pastillas.
Su cuerpo carente de movimiento, tenso y empapado por el sudor, fue lo primero que vieron sus padres al volver de su paseo.
La cosa continuaba, porque decían que anoche, un tipo se había matado en su coche al deslizarse fuera de la carretera en una pronunciada curva. Mi madre me dijo boquiabierta que se trataba del novio de la chica.
Nadie se preocupó en comprobar las ruedas del coche. Lo achacaron al exceso de velocidad, pero yo y mis amigos sabíamos que no era así.
La policía cerró el caso de la vecina tras practicarle la autopsia, considerando que se trataba de un suicidio por fármacos depresores del simpático. Chica discute con su novio y se suicida tomándose un buen montón de pastillitas.
El novio se marcha encendido y se sale de la carretera.
Y una mierda.
La había obligado a tomarse las pastillas seguramente, y se mató luego por nuestra culpa. Quizá la policía no fuera tan idiota, y cerró el caso de la forma más políticamente correcta: al fin y al cabo el asesino estaba muerto y ya poco se podía hacer, y no merecía la pena remover más mierda. ¿Y si hubiéramos decidido hacer antes la putada en su coche? Podríamos haber salvado la vida de la chica, y condenado la nuestra. ¿Y si quizá lo hubiéramos dejado para más tarde? El cabrón estaría en la cárcel pagando por su crimen en vez de haber tenido un adiós tan placentero.
Sólo me queda dar las gracias y esperar que no me juzguen por algo que hice de jovenzuelo.

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