Bienvenidos al Blog de las salas cajón desastre y aventura de vivir de Ozú. Desde hace tiempo nos rondaba por la mente la idea de tener un sitio de encuentro, una referencia más allá de nuestras salitas, un lugar sobre todo para compartir esos "pequeños momentos" de los que se compone cada día.

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domingo, 21 de noviembre de 2010

EL MITO DE LA BONDAD

Tengo que decirles un secreto. Un secreto que no es tal porque, si se piensa, es una obviedad. Otra de esas obviedades que pasan desapercibidas a la gran mayoría. Hay que decir que, muchas veces, lo obvio es como nuestra nariz que aunque la tenemos delante no la vemos. Pero dejándome de digresiones les rebelaré mi secreto: las buenas personas no existen, se trata de un mito más. Con esto tampoco quiero decir que todos seamos malos y requetemalos, sólo que creo que virtud y maldad convergen en nuestro interior en una inseparable cópula que constituye nuestra naturaleza. Existen personas, digamos, no-buenas, malas e hijasdeputa con pintas. Poniéndome más pesimista aseveraré: la inocencia no existe, el hombre es culpable de ser hombre. Por eso cada vez que oigo hablar de buenas personas me entra la risa. Lo que si somos es manifiestamente mejorables. Y porque cabe esta posibilidad y porque, a veces, gusto de mirar la mitad llena de la botella alivio algo mi pesimismo y misantropía.

         Les he contado mi secreto porque estaba seguro que no lo sabían. Nadie lo sabe. Queremos creer en la bondad intrínseca del género humano como creemos en divinidades, en susperticiones o en ocultas y falsas ciencias,- esas sin método experimental -, pero todo, al final, resulta un cuento, un gran cuento chino con que la humanidad se anestesia de la maldición de vivir una existencia sin sentido ni propósito, ni, lo que peor, prolongación.

          Suele ocurrir que a quien tomamos por bondadoso no es más que un pusilánime, sin valor para realizar sus más secretos deseos de hacer el mal. Pero, sin llegar tan lejos, lo que somos realmente es una mezcla de egoísmo e interés, idiocia y descuido moral, sobre todo, esto último por falta de empatía que es como se llama hoy día a la cristiana misericordia. Esto es lo que nos lleva a cometer errores. Claro está que entre estos defectos y practicar un hijoputismo químicamente puro (el instinto criminal, por ejemplo) median siglos luz de distancia. Pero no hace falta tener impulso criminal ni ser un sádico para ser un asiduo practicante del mal, un mal que sin ser absoluto si es condenable. Sólo hay que dejarse llevar por los dos mayores intereses que dirigen la conducta humana: sexo y dinero. Intereses que se pueden intercambiar por otros, tranquilamente, como fama y amor (sí, por amor también se hace el mal.) o por cualquier otro interés que pueda ocurrírseles.

        También tienen que ver en esto de hacer el mal las pasiones o ese sentimiento inconfesable porque delata la inferioridad en que se encuentra quien lo padece: la envidia. Pero, y esto es más importante, para hacer el mal tampoco se necesita ser una hormigonera que amalgame pasiones e intereses egoístas en  mezcolanza sino tan solo caer en algo tan, aparentemente, fútil, tan etéreo, y extendido y, a la vez, que pasa tan desapercibido como la ligereza, el descuido. Por ligereza, por un  tonto hablar por hablar, hablar sólo como una forma del trato social, un hablar sin mala fe, (no ese hablar morboso y canalla de los y las cotillas) se levantan y propagan sucios rumores y repugnantes calumnias que pueden causar gran daño moral a quienes van dirigidas. Ya se ve: con sólo hablar. Por todo esto y por lo anteriormente dicho yo no creo en las buenas personas porque como decía Juan Benet : "Al final todo el mundo la pifia".



( Shakespeare )

1 comentario:

  1. Me parece un articulo muy bien escrito, Shakes, que en nada desmerece a los mejores que leemos en la prensa. Es una delicia leerlo.
    Eso si, no estoy de acuerdo con la tesis: creo que la bondad no es ningún mito, creo que buenas personas hay y las ha habido siempre. Y la historia esta llena de ejemplos.
    Pero escribes tan bien que casi me convences...

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