Cruzaré el umbral de sus puertas entreabiertas
Oleré de nuevo las piedras de otros siglos que ya han sido
Caminaré mi silencio en su silencio sin pasos,
Entre altares y cruces, entre velas y santos.
Buscando ansioso un lugar apartado, entre las sombras,
Al resguardo de la luz que por vidrieras cruza los muros.
Volveré a St. Eustache, con el orgullo feliz humillado,
A llorar cautivo de rabia una y mil veces la pena
A implorar el asilo de paz que concede el olvido.
En el rincón más oscuro del tiempo perdido
Gritaré entre dientes su nombre, sin ruegos, sin cantos.
Mordiendo la sangre amarga que sabe a condenas.
Más errantes que en su sitio todos mis huesos vacíos
Y por gozar con descaro gozaré con deleite malsano
La dolorosa soledad del que, náufrago, sin dios ni pareja,
Solo en islas sin nombre y templos vacíos encuentra cobijo
Volveré a St. Eustache, para acabar con lo empezado
Para extender a tus pies mi mano, mi cuerpo y mi pasado
Para romper mí juramento con un suspiro de losa
Solos, tú, yo… y con ella en la memoria de ambos
…Allí quedará, contigo y para siempre a tu cuidado
Furtivo mi tesoro entre el humo leve de tus velas
Mi sola alianza, mi anillo de bodas, todo mi amor empeñado
Y luego, después, con el alma rota entre los brazos,
Con el corazón abierto en dos dentro del puño, pero vivo,
Sin mirar atrás saldré a buscar la princesa triste que me quiera,
La que se atreva a quererme así, sin reino ni caballo.
Sí, iré a St. Eustache, cuando la nieve cubra sus tejados,
Lo mismo que fui entonces, ¿recuerdas?, un once de diciembre,
Un once de diciembre de hace ya algunos años.
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