No sé de nadie sin hábito lector que se sienta superior a otras personas que si sean lectoras habituales, que no se acompleje cuando se enfrenta a la situación de contestar a la pregunta de si lee. Y aunque nunca he conocido ningún analfabeto, paradójicamente, si he conocido muchas personas reacias a la lectura. Sin embargo, cuando se tiene la costumbre de leer no existe actividad más placentera que esta.
Leer es aún hoy, por desgracia, una acción prestigiosa, elitista, pero que todo el mundo debiera realizar como praxis intelectual y espiritual. Sumergirse en un texto puede ser un método religioso de elevación personal. Dice Javier Cercas que "leer no es una experiencia separada de la vida, sino una experiencia como cualquier otra." Sí, leer es una experiencia que puede ser casi mística y que no se opone a la vida sino que complementa el hecho de vivir. Incluso lo justifica. Un mundo inhabitable sería aquel en que nadie lea. La lectura enriquece la vida, la vuelve más completa, la ensancha.
Pero si la lectura puede ser experiencia mística puede ser, también, catarsis y bálsamo. Cuando agobiados por el discurrir de la vida, decepcionados por su prosaísmo, vulgaridad y acuciante rutina, si lees, verás que la lectura construye otro mundo, que la literatura en su mentir ingenioso dignifica embelleciendo el mundo y la vida. Se llega a la lectura buscando evasión y buscando, también, apasionarse con la seducción imaginada que nos ofrece. Dice José María Merino: " La literatura es el instrumento que nos permite no solo viajar por la realidad que ven nuestros ojos, sino por la realidad de los sueños." Eso es quizás lo mejor y más hermoso de la literatura: crea una realidad en la que todo está permitido. Uno lee para alcanzar un espacio ficticio de libertad durante la vigilia, para conocer algo más sobre el mundo que nos es negado ver y que podemos encontrar en las ficciones de la literatura y, en definitiva, para vivir otras vidas que no son nuestra vida.
( Shakespeare )
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