Bienvenidos al Blog de las salas cajón desastre y aventura de vivir de Ozú. Desde hace tiempo nos rondaba por la mente la idea de tener un sitio de encuentro, una referencia más allá de nuestras salitas, un lugar sobre todo para compartir esos "pequeños momentos" de los que se compone cada día.

En este “cajón desastre” todo tiene cabida: fotografía, música, literatura, cine... pretendemos sobre todo aprender los unos de otros y entre todos crear algo diferente que nos sirva de complemento y entretenimiento.

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sábado, 26 de febrero de 2011

VERDE QUE NO TE QUIERO VERDE

¡Alerta! ¡Tierra enviando un S.O.S. hacia el interior del espacio interestelar! Sufrimos una invasión de hombrecillos verdes. Pero no se trata de los característicos marcianos con antenitas en una enorme cabeza, nariz en forma de trompetilla y una pistola de rayos como  inseparable arma. Estos hombrecillos verdes están entre nosotros; pero, no crean, tampoco se trata de usurpadores de cuerpos.

Los lectores los reconocerán si les digo que se trata de aquellos que no duermen tranquilos cuando, como decía Ovidio, les parece que las ubres de las vacas del vecino dan más leche que las vacas propias. Seguro que el lector perspicaz la ha pillado fácilmente: me estoy refiriendo a los envidiosos.

A mí siempre me ha parecido no tener ninguna cualidad sobresaliente sobre el común de las personas, pero he aquí que a lo largo de mi vida me he encontrado el camino sembrado de una porción de envidiosos. Lo que me hace pensar en que a estos hombrecillos verdes les basta una apariencia de mérito más que un motivo real.

Mi comportamiento, caballeroso, ha sido siempre el de querer convencerles, mediante el procedimiento de autodevaluarme, que no tengo nada de envidiable, pero ha sido un vano intento debido a la misma naturaleza de la pasión que les abruma. Sonríen un momento de satisfacción, y después vuelven por el mismo derrotero más pronto que tarde.

Lo que siempre me ha repugnado de los envidiosos es que se pongan la toga del juez y hagan que defienden el interés de la mayoría contra un supuesto malhechor, para así atraer las voluntades de todos a una conspiración con la que tratan de derribar al  causante de su envidia que, generalmente, ni se las huele.

Estos individuos, lejos de curarse o proponerse algo constructivo en su vida que les saque del hondo pozo donde han caído, solo arman asechanzas. Esto les convierte en envidiosos peligrosos. Se les reconoce porque permanecen en silencio y nunca delatan su pasión. Pero como a la envidia no hay que tenerla ni temerla, lo mejor es estar siempre atento y desenmascarar al envidioso delante de todos con un solo golpe que le deje K.O.

Esto es algo que al envidioso le desarma porque su pasión es tímida y se ha presentado siempre disfrazada en sociedad ( frecuentemente de crítico difícil de contentar) para no tener que reconocer sus sentimientos de inferioridad, fracaso y frustración de los que no obtiene ningún provecho y solo desazón.

Si le ocurre que tiende con frecuencia a generar envidia y el número de envidiosos le sobrepasan, haga cuenta de que a quien nadie envidia no es feliz y que la envidia es, a su modo, la mayor alabanza que nos pueden hacer por un mérito personal  que quizá había pasado desapercibido antes nuestros propios ojos.


(Goldberg)

3 comentarios:

  1. Elbrus dijo...
    Medio mundo está lleno de tiñosos rascándose por querer ser mejor que el otro medio. Si cada uno se preocupara de ser mejor no tendría tiempo de ver lo que hace el vecino. Gracias por el artículo y ánimo para próximos.

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  2. Muy atinada la descripción del envidioso, Goldberg.
    De hecho, se díce que el mundo de los críticos (de cine, teatro, música) está plagado de esos hombrecillos verdes que, incapaces de crear algo interesante, satisfacen su insatisfecho ego pontificando desde sus tribunas (en general, peyorativamente) sobre esos creadores a los que, en el fondo, les tienen envidia.
    Como todo en la vida, también la envidia debe tener alguna función: de no ser así habría desaparecido ya de la faz de la tierra. Mas no es fácil verla: en apariencia, sólo produce sufrimiento, al resaltar el fracaso o frustracíón del envidioso.
    Quizá es que en seres vacíos, cadáveres ambulantes, la envidia les permite al menos sentir algo, sentirse vivos.

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  3. Goldberg, creo que no valoramos debidamente la dimensión del “problema”, realmente se trata de una verdadera invasión. Esos hombrecillos están por todas partes: Yo los he visto en la cola del supermercado, debajo de unos folios sobre la fotocopiadora de mi trabajo, en la parada del autobús, en el bolso de mi cuñada, incluso agazapados entre los eres digitales.
    Antes me asustaban, pero con el tiempo he aprendido a fingir que no les veo…
    ¡Felicidades por el artículo y bienvenido a este espacio!.
    P.D:( Gracias Shakespeare, por traerlo.Un beso.)

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