ELOGIO DEL MAR
El mar tiene la corpulencia de un titán invencible. Es un poderoso dios de espuma y arrogancia. El hombre es molécula de agua. Como toda vida terrestre surgimos de sus profundidades para conquistar nuestro espacio y nuestro destino. Pero al mar no le importa su ascendencia sobre nosotros. Somos insignificantes para él como para el búfalo la mosca que lo revolotea. El mar traga las almas que naufragan con un bostezo de indiferencia extendido a través de los siglos. El mar es, por tanto, drama. Territorio de muerte y olvido, el mar, es un cementerio. El mayor de todos, el más inabarcable, el más terrorífico, el más antiguo y el más duradero.
Es conocido el mar por su proverbial eternidad y por su presencia inmutable desde el principio de los tiempos. El mar es también reliquia del más remoto pasado, una canción entonada desde los orígenes del planeta, un vestigio de la Tierra primitiva. Infinito y prístino, le tememos y nos subyuga. Lo creemos absoluto. Pero no es realmente así: tuvo un principio y tendrá un final. Para él hubo un antes y habrá un después. Es, como nosotros, polvo de estrellas, vapor de la creación primera, espectro del Ser, sombra del ayer más remoto. Somos mar y éste polvo de estrellas. Nos aguarda, a él y a nosotros, el mismo fatal destino de vida y muerte.
Abocados, como él, a la desaparición nos hermanamos en lo perecedero, en lo posible y en lo imposible, en lo concreto y en lo irreal, en lo banal y en lo trascendental.
( Shakespeare )
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